sábado, octubre 12, 2019

LA HISTORIA NO TAN CONOCIDA DE UN GRAN HEROE PERUANO





Enrique Sixto Palacios de Mendiburu pudo ser, al igual que Alfonso Ugarte o Ramón Zavala, lo que el argot peruano denomina “pituco” ("gomelo" en colombiano) es decir el niño bien, de clase acomodada, que da muestras de su estatus en su vestimenta, aspecto exterior y conducta.
Por su portentoso físico, pudo ser también un don Juan empedernido.
En realidad no fue ni lo uno ni lo otro. Todo lo contrario, fue hombre sensible, humilde en su conducta, disciplinado en sus objetivos y un convencido patriota, al extremo que se enroló desde muy joven en la Marina de Guerra del Perú.
Tenía sólo 14 años cuando en febrero de 1866 enfrentó a la escuadra española en el combate naval de Abtao y siguió una destacada carrera naval que se vio interrumpida en 1870 cuando solicitó su pase a la situación de disponibilidad para dedicarse a actividades privadas, donde logró amasar una pequeña fortuna.
Sin embargo, en abril de 1879, al estallar la guerra con Chile, pidió ser reincorporado al servicio activo. Una vez readmitido, renunció al salario que le correspondía como oficial y comprometió 100 soles de oro mensuales de su propio peculio -una cantidad cuantiosa para aquella época- para contribuir a los gastos de la unidad a la que se le asignó.
A bordo del blindado Independencia, participó en el combate naval de Punta Gruesa. Luego pasó al Huáscar, donde permaneció hasta el 8 de octubre, día del combate naval de Angamos que enfrentó a los acorazados chilenos “Cochrane” y “Blanco Encalada” con el blindado peruano “Huáscar.
Mucho se ha escrito y hablado del citado combate y del heroísmo de sus oficiales y tripulantes. Muerto el almirante Grau sin embargo, diversos testimonios dan cuenta que, sin desmedro de otros, de lejos el oficial que demostró mayor arrojo y valentía fue Palacios.
Y esa, es la historia no tan conocida a que he de referirme.
En febrero de 1880, cinco meses después del combate de Angamos, el doctor Rodolfo Serrano, segundo cirujano a bordo del acorazado chileno “Cochrane”, recibió una carta del ex legislador e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, quien se encontraba recopilando información para el libro que estaba preparando sobre la Guerra del Pacífico, el cual saldría a luz una vez concluido el conflicto.
Vicuña Mackenna deseaba corroborar cuan ciertos eran los relatos que circulaban entre los marineros peruanos y chilenos que se enfrentaron en Angamos sobre la increíble valentía exhibida por el teniente Enrique Palacios.
Vicuña Mackenna recurrió a Serrano por haber sido aquel no sólo testigo presencial del combate, sino por haber atendido a Palacios en sus últimos días de vida.
El 19 de marzo, el doctor envió su respuesta, algunos de cuyos párrafos procedo a reproducir:
“Distinguido señor:
“Paso a cumplir el encargo que me hizo sobre los detalles de la muerte del teniente Palacios del Huáscar peruano.
“Como actor del memorable hecho del 8 de octubre, puedo garantizar a Ud. que todos los datos que ésta contiene han sido vistos por mí u oídos en el momento mismo del combate sin comentarios ni tiempo para que se metamorfoseasen.
“Como es público y efectivo, Grau murió en la fase inicial del combate por una bala del Cochrane que pegó en el Huáscar; bala que penetró en la torre del comandante no dejando de él más que un pedazo de pierna, sus dientes, que se encontraron en las ventanillas de la torre, y un pañuelo lacré de seda que usaba el día del combate.
“Un antiguo guardián del Cochrane, apellidado Brito, fue el primero que dio con aquellos restos, que por declaraciones de Garezón y Távara se supo que eran de Grau.
“Muerto el almirante le sucedieron en el mando Aguirre, Ferré y Rodríguez que no tuvieron tiempo de dar mayores ordenes, pues no duraron treinta minutos vivos.
“Cupo al teniente segundo Enrique Palacios la gloria de gobernar el buque en todas sus partes hasta el momento de quedar fuera de combate, momento también en que el buque se capturó.
“Puedo asegurar a Ud. que el bravo Palacios fue el alma del buque después de muertos sus tres primeros jefes, es decir, casi durante todo el combate.
“Encargado de tomar las distancias, su puesto era la torre de baterías, desde ahí gobernaba el buque, dando ejemplo a los demás por su serenidad.
“Una bala de a 300 penetra y revienta en la dicha torre: Palacios es herido con una herida profunda de 11 centímetros de longitud. Es llevado a la sala de cirugía a donde mal y ligero le lavan y amarran la cara. Con esta herida hubo una fuerte hemorragia que casi lo dejó privado del conocimiento. Sin embargo, vuelve a la torre, a su puesto, sigue dando órdenes y tomando distancias.
“Otra bala penetra en la torre, revienta a sus pies, en cuya planta, es herido con un casco de granada de libra y media de peso; al mismo tiempo es herido en el hombro izquierdo y derecho y carpo derecho: el fogonazo quema su barba y manos. Desesperado, sube por las troneras a la cubierta de la torre, desde ahí descarga su revólver al Cochrane que estaba como a 200 metros: algunos oficiales de éste que lo vieron creyeron que peroraba a la tripulación.
“En esta posición fue herido por tres balas de rifle, en el muslo izquierdo y derecho y brazo izquierdo. Fatigado y sin fuerzas por la gran pérdida de sangre, viendo el buque sin gobierno y sin orden, puso el cañón de su revólver en su sien derecha y dio dos veces movimiento al gatillo, más la nuez había caído y el gatillo pegó en los alvéolos vacíos.
“Según me decía en su lecho, ya moribundo, llamó a un marinero de la torre y mandó decir al primer ingeniero que abriera las válvulas. Este fue su último hecho, pues ya había caído y perdido por el momento el conocimiento.
“Traído a la sala del cirujano del Cochrane, al extraerle yo el revólver del bolsillo me dijo: "Entiendo que Ud. ha de ser tan caballero que me dé mi revólver para darme un balazo en caso de que mis heridas sean mortales".
“No creí encontrar en un peruano una organización tan fuerte ni tanta fuerza de voluntad; mientras mi ayudante le hacía puntos de sutura en la herida de la cara, yo le extraía el enorme casco de granada del pie, mediante fuertes tracciones, pues estaba completamente incrustado. Esto lo hacía sin ningún anestésico, porque no era posible en esos momentos, sin embargo Palacios soportaba todo esto con la mayor serenidad.
“Atendido con el mayor esmero en la segunda cámara del buque que graciosamente le cedió el capitán Gaona, se mostró siempre con un carácter reservado y triste y a nadie daba tertulia.
“Al llegar a Antofagasta, ver al Huáscar que pasaba por el costado del Cochrane, (esto lo vio desde su cama) sentir el bullicio y la canción chilena, no pudo resistir la emoción, lloró.
“En ese momento le curaba y conocí que ese hombre sufrió como un verdadero patriota.
“Cuando hablaba con Diez Canseco o Távara solo ensalzaban a Palacios.
“No he tratado de hacer la apología del teniente Enrique Palacios, pero si estas líneas tienen por objeto dejar constancia ante Ud. que las ha de trasmitir a la posteridad el valor de las acciones de un joven que los peruanos no han sabido apreciar entre la de los demás oficiales del Huáscar.
“Le saluda su amigo y servidor,
Rodolfo Serrano”

Quisiera destacar que durante el combate, Palacios recibiría un total de trece heridas en el cuerpo algunas de ellas mientras volvía a izar la bandera peruana en el mástil del Huáscar luego que esta fuera derribada por efecto del fuego adversario.
Luego de una gran agonía falleció el 22 de octubre, a los 29 años de edad.
Devueltos sus restos por la armada chilena, estos llegaron al Callao el día 28 de ese mes y las autoridades y el pueblo le rindieron un emotivo homenaje.
El poeta Domingo de Vivero le dedicó un poema, llamándole “cuerpo de niño y alma de coloso”.
Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879.

Autor: Juan del Campo Rodriguez.


lunes, octubre 07, 2019

Con el último oficial del Huáscar

Con el último oficial del Huáscar

(Escrito por Alfonso Tealdo y publicado en Revista Turismo, 1942)


Alférez de Fragata Manuel Elías Bonnemaison

El último sobreviviente de la plana mayor del “Huáscar” me esperaba el 8 de octubre, a 63 años exactos de la batalla naval de Angamos. El alférez de fragata Manuel Elías Bonnemaison, me recibe. Y es como un reportaje a los ojos mismos de la historia. Setenta y siete años y barba de nieve. Navega, pequeñito, en los óleos de las paredes, el barco del honor peruano. Navega como en el pecho de este hombre envejecido. Como en el mío. Como en el de todos los que sabemos que la historia es algo más que un libro que se abre, que se lee y que se cierra. Navega, otra vez y otra vez, en este día de sal en los labios y de pólvora en la frente. Surca las aguas el barquito blanco. El barco que, después fue pintado de rojo en Talcahuano, quizás si para completar desde el destierro los colores del Perú.
Y un niño de catorce años se acercó a Grau, en 1879, y le dijo: “Yo quiero ser marino”. Y Grau replicó: “Bueno”. El “Huáscar” tenía 60 metros de longitud, 1,100 toneladas de desplazamiento y dos cañones. Metro y medio -la estatura de un infante- era lo que sobresalía de la obra muerta. ¿Por qué no iba a tener, pues, un guardiamarina de catorce años?

El “Huáscar”
Año de 1866. En los astilleros de Cammell, Lairdd, en Berkenhead, está concluyendo la construcción de un barco diminuto. Es para la armada del Perú y llevará el nombre de un emperador peruano. Es del tipo del “Monitor”, nave que aparece en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Trece años más tarde, es el más famoso de los barcos. Y es que son los astilleros de la fama los que lo agigantan por la gloria. El patriotismo lo eriza de cañones invencibles. El honor lo blinda. Es del acero que hacen los hombres con su desesperación y con su sangre. “Es el más formidable blindado que ha cruzado los mares”, dice Teodoro Roosevelt.

-¿Cómo era el Huáscar?
Y el señor Manuel Elías Bonnemaison, me dice:
-Pequeño, con sólo dos cañones de cargar por la boca. La torre dentro de la cual giraban era movida a mano. Su blindaje era de cuatro pulgadas y su andar de 12 millas por hora. No podía disparar ni para adelante ni para atrás, pues lo impedían el castillo de proa y la toldilla de popa.
-¡Barco de carne y hueso!
-El “O'Higgins”, nada más, era cuatro veces mayor. Los acorazados adversarios desplazaban 3,600 toneladas cada uno, tenían seis modernísimos cañones y su blindaje era de 9 pulgadas.
¿Qué iba a hacer la nuez contra el martillo en el diálogo del fuego? Nada menos que esto: batirse seis veces, capturar diez naves, bombardear puertos y, sobre todo, tener siete capitanes en dos horas.

El arquitecto
El verdadero arquitecto del “Huáscar”, Miguel Grau, nació en Piura y su maestro fue un poeta. La orfandad fue su primera enseñanza. Pues solitario, como el Monitor, iba a ser. Y a esa edad en que los niños tienen lindos veleros para la laguna y arena en las playas para sus palacios de arena, Grau ya es grumete en un buque ballenero. La vida le impuso buques de verdad. Y recorre mares y aprende idiomas. Presta sus servicios en naves nacionales: en el “Rímac”, en el “Vigilante” y en el “Ucayali”. A los veinte años es guardiamarina. En aguas chinas se le ve en 1862. Marcha a Nantes en 1864, y trae al Callao las corbetas “Unión” y “América”. A raíz del Tratado Vivanco-Pareja, se ponen en juego sus sentimientos filiales. Se está muriendo su padre y ese lecho es como el barco del corazón que se hunde. Grau, empero, se sobrepone al dolor, con rebeldía y con intransigencia. Y combate en Abtao. El heroísmo ya le ha puesto un timón definitivo a su alma. Ya sabe que el crepúsculo del sol está lejos de la aurora.

La carta
Desde su Monitor, en Pisagua, el 2 de junio de 1879, el “Caballero del Mar”, escribe:

“Distinguida señora:
Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a usted, y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor, que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 próximo pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, fue, como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.
Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su delo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia, y por eso me he anticipado a remitírselas.
Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respeto con que me suscribo de usted, señora, muy afectuoso y seguro servidor.
Miguel Grau”.

Angamos


Mientras el “Huáscar” esté en el mar, el Perú no será invadido. Lo sabe Grau, el muy afectuoso y seguro servidor de su patria. El blindado más famoso del mundo no puede descansar. Ya no lo verá más el Callao, el lejanísimo puerto de la esperanza. El día 4 de octubre, apresa al bergantín “Coquimbo” en Sarco. Hay moluscos y algas marinas en el casco del Monitor, y limpiar los fondos es urgente. Pero, ¿qué importan dos millas más o menos para el andar, si la nave negra del Destino es la que espera? Al sur, pues, siempre al Sur. El “Huáscar”, el día 5, entra a Coquimbo. Es descubierto y el enemigo ya sabe. Entonces, al Norte fallan las máquinas. El día 7, nuevas composturas.
-El día 8 -me dice el señor Elías Bonnemaison- fuimos localizados. A la una de la madrugada entramos a Antofagasta. El “Huáscar” recorrió la bahía y salió. Pero ya estábamos atrapados. A poco de navegar, avistamos tres humos por la proa. Eran tres barcos enemigos: el “Blanco Encalada”, la “Covadonga” y el “Matías Cousiño”. Así recorrimos la distancia de 30 millas, y entonces nos creímos a salvo. De pronto, el vigía desde la cofa dio la voz: “¡Humo a la vista hacia el N. O.!”.
Pero la emboscada no fue hecha en virtud de las leyes estrictas del mar. La pequeña nave tuvo que ser engañada. También había de luchar contra el gran acorazado de los falsos informes. “El “Blanco Encalada” está en malas condiciones: necesita ser reparado”, se decía. Entonces el Monitor no forzó sus débiles y pobres máquinas, y a nueve millas por hora enfiló hacia el Norte. Y entonces fue el grito del vigía “¡Humo a la vista hacia el N.O.!”. ¿Serían los transportes que conducían tropas a Antofagasta, de acuerdo con las informaciones recibidas?
-En esta creencia pusimos proa a ellos sin preocuparnos de la Primera División, que estaba a la vista, pero fuera de tiro. Pero los buques avistados no eran transportes: era la Segunda División enemiga, compuesta por el acorazado “Cochrane”, el “O’Higgins” y el “Loa”.
Todavía hay un cuadrante libre para escapar. Pero para algo el “Huáscar” es el blindado más formidable del mundo. El grave señor Destino así lo quiere: al cambiar el timón de navegación por el de combate, se rompe un aparejo y el Monitor queda sin gobierno. Da vueltas, como el mundo. Vira sobre el costado de estribor. Y se acercan los adversarios. A ellos no se les rompe el timón de combate. A ellos, no.
-A las 8 y 55 de la mañana fue afianzado el pabellón en la torre de combate. El “Huáscar” dispara sus cañones con rapidez y decisión. Formidables andanadas de la artillería gruesa enemiga pasaban por alto. Pero, acortadas las distancias, pronto fueron los blancos.
El mar es enorme, pero a veces más pequeño que la gloria. A babor y estribor del “Huáscar”, a 500 metros apenas, hay acorazados enemigos. Se cierran los horizontes. Horizontes de acero y de fuego. Ahora es una selva. El Monitor ha perdido uno de sus dos cañones. No importa, en la torre de comando está Miguel Grau. Y enormes boquetes hay en la línea de flotación. Son muy útiles ventanas para que la Historia mire. Son para la visita del agua, para que se hunda el pasado, pero el “Huáscar”, no.
-Una nueva andanada destroza la torre de comando y hace volar al espacio el cuerpo de nuestro heroico jefe, que fue arrojado al mar por la fuerza de la explosión. El impacto hiere también, mortalmente, al Teniente Ferré. El Comandante Aguirre, entonces, decide lanzarse con el espolón contra el “Cochrane”…
Pero el “Cochrane” no es el blindado más famoso del mundo. Tiene doble hélice y es un guerrero ágil. Gira sobre su eje y elude al “Huáscar” y a 50 metros dispara toda su artillería. Y quedó en silencio el último cañón del Monitor. “No es nada”, dice el Comandante Aguirre, herido, y muere sobre la cureña vencida. Los trozos de madera, los fierros retorcidos, los muebles y otros adminículos mezclados con los cuerpos humanos formaban un montón informe… Sólo quedó en pie el doctor Rotalde. No había quedado del botiquín ni un instrumento, ni una venda, ni un remedio.




Sí había un remedio.
-Entonces, se hizo cargo del comando el Teniente Rodríguez. Quiso, nuevamente, poner en acción el timón. Arreglar la torre de combate. ¡Todo era inútil! Una bala de cañón lo decapitó.
Y siguió el desfile de los capitanes. Pero había un remedio.
-¡Todo era inútil! El Comandante Carbajal, al frente de la maestranza, trataba de reparar los cañones. Los incendios y las brechas se sucedían. No había municiones ni para las armas menores.


Sí había un remedio.
-Fue entonces cuando el Teniente Gárezon tomó la resolución de hundir el barco volando la Santa Bárbara, pero ésta se hallaba inundada habiendo en la sentina más de tres pies de agua. Hasta la bandera había sido derribada. Dos voluntarios la izaron en el palo mayor. El “Huáscar”, inerme, describía círculos en trágico desfile ante la artillería adversaria. Y el fuego seguía, terrible. Por segunda vez fue derribada la bandera. Un marinero tuvo que amarrarla al palo, pues hasta las drizas habían sido destrozadas.

Sí había un remedio.
-Entonces se dio la orden de abrir las válvulas para precipitar el hundimiento del “Huáscar”. La orden fue dada, pero era necesario parar las máquinas. A 50 metros estaban los barcos enemigos. Y fueron abiertas…
¿Había remedio? El Teniente Palacios, descubierto sobre la torre, quemaba su último cartucho. Un revólver contra acorazados: eso es Angamos.
-El “Huáscar” quedó, entonces, a merced de las olas, mudo e indefenso, incapacitado para ofrecer la menor resistencia. Esperábamos sólo el momento de hundirnos. Un puñado de hombres que habíamos sobrevivido a la acción permanecimos en cubierta rodeando al Teniente Gárezon que se mantenía con solemne gravedad. Comprendió entonces, el enemigo, y ordenó a sus brigadas de abordaje la ocupación de nuestra nave.

¿Había remedio?
-La ocupación se efectuó, precipitadamente, por un número considerable de hombres armados y provistos de todo elemento de salvataje. Corrieron al cuarto de máquinas y, revólver en mano, exigieron el cierre de las válvulas. El Teniente chileno Goñi se dirigió al Teniente Gárezon y le intimó que se arriara la bandera. “La bandera –replicó- está amarrada al palo y no se puede arriar; y conste, señor oficial, que usted la encuentra al tope de la nave”.
Había terminado la batalla. Fueron taponadas las vías de agua y apagados los incendios. El “Huáscar” fue varado en la playa de Mejillones. El barco que se había llamado así porque las naves heroicas no tienen cautiverio. No tienen cautiverio porque están lejos de sus capitanes muertos. Se mueren, también, y resucitan en el alma de sus banderas.

El remedio

Y un niño de catorce años se acercó a Grau, en 1879, y le dijo: “Yo quiero ser marino”. Y Grau replicó: “Bueno”. Y el niño fue a la guerra y ahora tiene setenta y siete años y barba de nieve. Y en los óleos de las paredes, navega, pequeñito, el barco del honor peruano. ¿Había remedio? Sí había remedio. No se hundió el “Huáscar”, pero el pasado se hundió. Definitivamente. Era el remedio. La conciencia de la historia. El porvenir. Y navega, otra vez y otra vez, en este día de sal en los labios y de pólvora en la frente. Todos los días, eternamente, navega en el mar inmenso de la patria el barquito blanco.

Héroes que dejó el Combate de Angamos


Héroes que dejó el Combate de Angamos
En esta nota usted podrá encontrar a aquellos hombres que tomaron el mando del Huáscar cuando Miguel Grau murió. También a aquellos que por su valentía y heroísmo pasaron a las páginas más gloriosas de nuestra historia peruana.



 Miguel Grau se ve acorralado y sabe que ese día morirá. Sabe también que dos naves peruanas no podrán contra seis, aunque en sus correrías haya hecho las diabluras que en toda la historia naval hasta esa época, ningún barco de guerra hizo. Por eso, le dice a la Unión que se vaya, solos aquellos valientes hombres embarcados en un monitor, enfrentarían a inmensas máquinas asesinas. 
Los chilenos estaban determinados a acabar con esa piedra en el zapato que significaba el Huáscar, considerado actualmente como el segundo blindado (acorazado) a flote más antiguo del mundo después del HMS Warrior.

Durante seis meses después de declarada la guerra, el Huáscar hizo lo que quiso: El 21 de mayo, tras un combate de más de tres horas, el Huáscar hunde a la corbeta Esmeralda en el combate de Iquique levantando así el bloqueo del puerto. 
Tuvo una destacada acción en el primer combate de Antofagasta (26 de mayo de 1879), consiguió la captura del vapor Rímac (23 de julio de 1879) y luego estuvo en el segundo combate de Antofagasta (28 de agosto de 1879). No lo podían capturar, muy pronto se haría leyenda y las Correrías del Huáscar, una realidad. 
Hasta que en su cuarta salida se toparía con la estrategia chilena. Regresando de aguas sureñas. Grau divisó al Blanco Encalada, a la Covadonga y al Mathías Cousiño, luego se les unirían a los buques chilenos el Cochrane, O’Higgins y el Loa. 
Miguel Grau ordena a La Unión que pegue la huida, y preparó a su gente para enfrentar al enemigo. Lo que sigue es una sucesión de hechos desgarradores que lanzarían a la gloria a los valientes peruanos. 
Junto a Grau murieron hombres de gran corazón y verdadero patriotismo. Fueron muchos y aquí solo mencionaremos a algunos que los representan: aquellos que tomaron el mando cuando Grau murió y otros que por su destacada labor merecen ser recordados por todos los peruanos.
 Elías Aguirre (segundo en tomar el mando)
Antes de Angamos, el chiclayano Aguirre peleó contra los españoles en el combate de Abtao, a bordo de la Unión comandada nada menos que por Miguel Grau. En ese entonces Grau era capitán de corbeta. Aguirre tenía a su cargo las baterías de la corbeta, y su desempeño sobresaliente dirigiendo con eficacia y energía el fuego de su nave hizo que se ganara el ascenso a teniente primero tras el combate. Estuvo también el viaje por el Estrecho de Magallanes trayendo el Manco Cápac y el Atahualpa, y en el trayecto de la travesía se entera de su ascenso a capitán de corbeta. Viajó en la Unión como segundo comandante cuando esta nave fue llevada a reparar en Inglaterra.
La cañonera Chanchamayo encalló a su mando, debido a las condiciones climáticas que tuvo que afrontar en una ocasión, por este hecho es separado de sus funciones militares por dos años. Pero cuando se desató la Guerra con Chile ofreció sus servicios y Grau lo pidió como segundo. Es así que cuando Grau muere asume el mando del Huáscar. Es él quien sabiendo perdida la nave debido a los daños debido a los cañonazos, decide usar el espolón y embestir al Cochrane, pero esta nave logra evitar el contacto. Debido a ello los chilenos contraatacan y otro proyectil acaba con la vida de Aguirre al igual que lo hizo con Grau y su ayudante Ferré. 
José Melitón Rodríguez (tercero en tomar el mando)
Limeño, ingresó como guardiamarina en 1869, al colegio militar, posteriormente sirvió en el monitor "Huáscar" y posteriormente a la fragata "Independencia", entre 1871 y 1873. Fue uno de los que participaron en el pronunciamiento de la Armada peruana en 1872, frente al golpe de estado de Tomás Gutiérrez contra el régimen del presidente José Balta. En junio de 1877, durante el gobierno de Mariano Ignacio Prado, fue ascendido al grado de teniente primero graduado.
Al inicio de la Guerra del Pacífico regresaría a la dotación del "Huáscar", permaneciendo a bordo durante toda la campaña naval. Concurrió también a los combates de Iquique, Antofagasta hasta que le tocó la hora de la verdad en Angamos. A la muerte de Elías Aguirre asumió el mando siendo teniente primero. Hasta que un impacto de los cañones del Blanco Encalada acabaron con su vida. Tuvo una muerte violenta, el disparo prácticamente lo decapitó. 

Pedro Garezón (cuarto en tomar el mando)
Peleó en el Combate de Angamos como teniente primero. Le tocó la triste pero honorable decisión de ordenar el hundimiento del Huáscar con todos los tripulantes que quedaban vivos a bordo.  Estuvo en el Apurímac, la Unión, en el vapor Tumbes, en la Independencia, y en el monitor Huáscar sirvió en tres oportunidades. Fue en esta última vez cuando ocurrió el combate de Angamos debió asumir accidentalmente el mando del “Huáscar”. Con la convicción del que se sabe perdido, aunque sin rendirse en absoluto, ordenó el hundimiento del glorioso monitor para evitar ser capturado por el invasor, para lo cual debían parar la marcha y abrir las válvulas. Sin embargo, los chilenos abordaron el buque de todos modos, evitando, revólver en mano, el cumplimiento de la orden. 
Garezón correría la misma suerte de muchos de los sobrevivientes del combate. Pasó al “Blanco” como prisionero, luego al transporte “Coquimbo” rumbo a Valparaíso, permaneciendo en la localidad de San Bernardo hasta el 20 de diciembre del 79, cuando fue canjeado por los prisioneros de la “Esmeralda” y el “Rímac”. Llegó hasta el rango de contralmirante.
Diego Ferré 
Su destino era estar al lado del Caballero de los mares el día en el que todos aquellos hombres a bordo del Huáscar pasarían a la historia. Este joven teniente primero, hijo de Eusebio Ferré Rodríguez -quien llegó a ser alcalde de Monsefú en tres oportunidades- empezó su vida militar en el Colegio Naval Militar y su examen final fue presidido nada menos que por José Gálvez Egúsquiza, héroe del Combate de 2 de mayo. Ferré siempre fue un joven de buen aprovechamiento académico y fue destinado a posiciones de alta responsabilidad. Estuvo en la corbeta América, peleó allí en el combate de Abtao cuando Perú era aliado de Chile contra los españoles. Fue ascendido por ello a alférez de fragata.
Estuvo también a bordo de los monitores Atahualpa y Manco Cápac y participó en la hazaña que significó el  viaje desde Nueva Orleans hasta el Callao, pasando por el Estrecho de Magallanes. Ascendido a teniente segundo pasó a servir en el Tumbes y luego en el Huáscar. Como teniente primero regresó al Manco Cápac, pero su destino sería volver al Huáscar. Una vez ahí, se desató la Guerra del Pacífico, y como ayudante de Grau estuvo a su lado cuando un proyectil explotó en la torre de mando matando al contralmirante e hiriendo de muerte al joven teniente. 
Enrique Palacios
Hay una escena en especial de la que hablan algunos historiadores: en un momento los chilenos observaron que el pabellón peruano estaba en la proa (símbolo de derrota) y ordenaron el alto al fuego, pero luego apreciaron que alguien lo volvió a izar, por lo que se reanudaron los ataques. Ese hombre habría sido Enrique Palacios. Era muy joven, apenas egresado de la Escuela Naval peleó en Abtao. Llegó al Huáscar cuando era comandado por el aún capitán de navío Miguel Grau, y ahí se quedaría el resto de la campaña.
Al principio del combate, Palacios ocupa su puesto de oficial telemetrista, sentado sobre la torre de combate, con las piernas colgando hacia fuera; rochón en mano, daba desde allí las distancias a Grau, que ocupaba la torre de mando; Tras la muerte de Grau, Aguirre, que dirige los fuegos, le ordena bajar a ocuparse del cañón de la derecha. En este punto, estando ya la nave al mando de Aguirre, una esquirla de hierro le desarticula la mandíbula inferior, teniendo que sujetársela con un pañuelo.
Sobreponiéndose al dolor de esta herida, se recobra sobre la cubierta del entrepuente a pesar de la fuerte hemorragia que sufre. El combate continúa, la torre de mando destruida, el timón inutilizado, dejando sin gobierno al monitor; Palacios y Gervasio Santillana encuentran en la destrozada torre los cadáveres de Elías Aguirre y José Melitón Rodríguez. Palacios es capturado por los chilenos y luego  canjeado por el teniente chileno Luis Uribe y conducido al Callao, pero el marino valeroso no llega a su destino pues fallece en Iquique el 22 de octubre, de tétanos traumáticos, como lo certifica el médico comisionado por nuestro gobierno.
Manuel Melitón Carvajal
Carvajal hizo toda la campaña marítima con el Huáscar, estuvo presente en el bombardeo de Antofagasta, en el combate de Iquique, en la captura del transporte chileno “Rímac”, al que por orden del contralmirante Grau, condujo a Arica y finalmente en el combate de Angamos, el 8 de octubre de 1879.
El corresponsal de guerra del diario “El Mercurio” de Valparaíso, testigo del combate desde una de las naves chilenas, describe la actuación de Carvajal: “después de la muerte del comandante, el Capitán de Fragata Melitón Carvajal, pasó a la torre a comunicar la noticia al Segundo del buque que era el Capitán de Corbeta Elías Aguirre, para que tomase el mando, cuando una granada que penetró fácilmente las cinco pulgadas del blindaje de la torre, mató a algunos hombres y cegó al capitán Carvajal, quien fue sacado sin conocimiento y llevado al cirujano”. 
Al finalizar el combate, hecho prisionero fue conducido a Santiago, donde dos meses después era canjeado. Fue ascendido al grado de Capitán de Navío en mayo de 1885.