Enrique Sixto Palacios de Mendiburu pudo ser,
al igual que Alfonso Ugarte o Ramón Zavala, lo que el argot peruano
denomina “pituco” ("gomelo" en colombiano) es decir el niño bien, de
clase acomodada, que da muestras de su estatus en su vestimenta, aspecto
exterior y conducta.
Por su portentoso físico, pudo ser también un
don Juan empedernido.
En realidad no fue ni lo uno ni lo otro. Todo
lo contrario, fue hombre sensible, humilde en su conducta, disciplinado en sus
objetivos y un convencido patriota, al extremo que se enroló desde muy joven en
la Marina de Guerra del Perú.
Tenía sólo 14 años cuando en febrero de 1866
enfrentó a la escuadra española en el combate naval de Abtao y siguió una
destacada carrera naval que se vio interrumpida en 1870 cuando solicitó su pase
a la situación de disponibilidad para dedicarse a actividades privadas, donde
logró amasar una pequeña fortuna.
Sin embargo, en abril de 1879, al estallar la
guerra con Chile, pidió ser reincorporado al servicio activo. Una vez
readmitido, renunció al salario que le correspondía como oficial y comprometió
100 soles de oro mensuales de su propio peculio -una cantidad cuantiosa para
aquella época- para contribuir a los gastos de la unidad a la que se le asignó.
A bordo del blindado Independencia, participó
en el combate naval de Punta Gruesa. Luego pasó al Huáscar, donde permaneció
hasta el 8 de octubre, día del combate naval de Angamos que enfrentó a los
acorazados chilenos “Cochrane” y “Blanco Encalada” con el blindado peruano
“Huáscar.
Mucho se ha escrito y hablado del citado
combate y del heroísmo de sus oficiales y tripulantes. Muerto el almirante Grau
sin embargo, diversos testimonios dan cuenta que, sin desmedro de otros, de
lejos el oficial que demostró mayor arrojo y valentía fue Palacios.
Y esa, es la historia no tan conocida a que
he de referirme.
En febrero de 1880, cinco meses después del
combate de Angamos, el doctor Rodolfo Serrano, segundo cirujano a bordo del
acorazado chileno “Cochrane”, recibió una carta del ex legislador e historiador
chileno Benjamín Vicuña Mackenna, quien se encontraba recopilando información
para el libro que estaba preparando sobre la Guerra del Pacífico, el cual
saldría a luz una vez concluido el conflicto.
Vicuña Mackenna deseaba corroborar cuan
ciertos eran los relatos que circulaban entre los marineros peruanos y chilenos
que se enfrentaron en Angamos sobre la increíble valentía exhibida por el
teniente Enrique Palacios.
Vicuña Mackenna recurrió a Serrano por haber
sido aquel no sólo testigo presencial del combate, sino por haber atendido a
Palacios en sus últimos días de vida.
El 19 de marzo, el doctor envió su respuesta,
algunos de cuyos párrafos procedo a reproducir:
“Distinguido señor:
“Paso a cumplir el encargo que me hizo sobre
los detalles de la muerte del teniente Palacios del Huáscar peruano.
“Como actor del memorable hecho del 8 de
octubre, puedo garantizar a Ud. que todos los datos que ésta contiene han sido
vistos por mí u oídos en el momento mismo del combate sin comentarios ni tiempo
para que se metamorfoseasen.
“Como es público y efectivo, Grau murió en la
fase inicial del combate por una bala del Cochrane que pegó en el Huáscar; bala
que penetró en la torre del comandante no dejando de él más que un pedazo de
pierna, sus dientes, que se encontraron en las ventanillas de la torre, y un
pañuelo lacré de seda que usaba el día del combate.
“Un antiguo guardián del Cochrane, apellidado
Brito, fue el primero que dio con aquellos restos, que por declaraciones de
Garezón y Távara se supo que eran de Grau.
“Muerto el almirante le sucedieron en el
mando Aguirre, Ferré y Rodríguez que no tuvieron tiempo de dar mayores ordenes,
pues no duraron treinta minutos vivos.
“Cupo al teniente segundo Enrique Palacios la
gloria de gobernar el buque en todas sus partes hasta el momento de quedar
fuera de combate, momento también en que el buque se capturó.
“Puedo asegurar a Ud. que el bravo Palacios
fue el alma del buque después de muertos sus tres primeros jefes, es decir,
casi durante todo el combate.
“Encargado de tomar las distancias, su puesto
era la torre de baterías, desde ahí gobernaba el buque, dando ejemplo a los demás
por su serenidad.
“Una bala de a 300 penetra y revienta en la
dicha torre: Palacios es herido con una herida profunda de 11 centímetros de
longitud. Es llevado a la sala de cirugía a donde mal y ligero le lavan y
amarran la cara. Con esta herida hubo una fuerte hemorragia que casi lo dejó
privado del conocimiento. Sin embargo, vuelve a la torre, a su puesto, sigue
dando órdenes y tomando distancias.
“Otra bala penetra en la torre, revienta a
sus pies, en cuya planta, es herido con un casco de granada de libra y media de
peso; al mismo tiempo es herido en el hombro izquierdo y derecho y carpo
derecho: el fogonazo quema su barba y manos. Desesperado, sube por las troneras
a la cubierta de la torre, desde ahí descarga su revólver al Cochrane que
estaba como a 200 metros: algunos oficiales de éste que lo vieron creyeron que
peroraba a la tripulación.
“En esta posición fue herido por tres balas
de rifle, en el muslo izquierdo y derecho y brazo izquierdo. Fatigado y sin
fuerzas por la gran pérdida de sangre, viendo el buque sin gobierno y sin
orden, puso el cañón de su revólver en su sien derecha y dio dos veces
movimiento al gatillo, más la nuez había caído y el gatillo pegó en los
alvéolos vacíos.
“Según me decía en su lecho, ya moribundo,
llamó a un marinero de la torre y mandó decir al primer ingeniero que abriera
las válvulas. Este fue su último hecho, pues ya había caído y perdido por el
momento el conocimiento.
“Traído a la sala del cirujano del Cochrane,
al extraerle yo el revólver del bolsillo me dijo: "Entiendo que Ud. ha de
ser tan caballero que me dé mi revólver para darme un balazo en caso de que mis
heridas sean mortales".
“No creí encontrar en un peruano una
organización tan fuerte ni tanta fuerza de voluntad; mientras mi ayudante le
hacía puntos de sutura en la herida de la cara, yo le extraía el enorme casco
de granada del pie, mediante fuertes tracciones, pues estaba completamente
incrustado. Esto lo hacía sin ningún anestésico, porque no era posible en esos
momentos, sin embargo Palacios soportaba todo esto con la mayor serenidad.
“Atendido con el mayor esmero en la segunda
cámara del buque que graciosamente le cedió el capitán Gaona, se mostró siempre
con un carácter reservado y triste y a nadie daba tertulia.
“Al llegar a Antofagasta, ver al Huáscar que
pasaba por el costado del Cochrane, (esto lo vio desde su cama) sentir el
bullicio y la canción chilena, no pudo resistir la emoción, lloró.
“En ese momento le curaba y conocí que ese hombre
sufrió como un verdadero patriota.
“Cuando hablaba con Diez Canseco o Távara
solo ensalzaban a Palacios.
“No he tratado de hacer la apología del
teniente Enrique Palacios, pero si estas líneas tienen por objeto dejar
constancia ante Ud. que las ha de trasmitir a la posteridad el valor de las
acciones de un joven que los peruanos no han sabido apreciar entre la de los
demás oficiales del Huáscar.
“Le saluda su amigo y servidor,
Rodolfo Serrano”
Quisiera destacar que durante el combate,
Palacios recibiría un total de trece heridas en el cuerpo algunas de ellas
mientras volvía a izar la bandera peruana en el mástil del Huáscar luego que
esta fuera derribada por efecto del fuego adversario.
Luego de una gran agonía falleció el 22 de
octubre, a los 29 años de edad.
Devueltos sus restos por la armada chilena,
estos llegaron al Callao el día 28 de ese mes y las autoridades y el pueblo le
rindieron un emotivo homenaje.
El poeta Domingo de Vivero le dedicó un
poema, llamándole “cuerpo de niño y alma de coloso”.
Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes
de la Guerra de 1879.
Autor: Juan del Campo Rodriguez.