sábado, octubre 12, 2019

LA HISTORIA NO TAN CONOCIDA DE UN GRAN HEROE PERUANO





Enrique Sixto Palacios de Mendiburu pudo ser, al igual que Alfonso Ugarte o Ramón Zavala, lo que el argot peruano denomina “pituco” ("gomelo" en colombiano) es decir el niño bien, de clase acomodada, que da muestras de su estatus en su vestimenta, aspecto exterior y conducta.
Por su portentoso físico, pudo ser también un don Juan empedernido.
En realidad no fue ni lo uno ni lo otro. Todo lo contrario, fue hombre sensible, humilde en su conducta, disciplinado en sus objetivos y un convencido patriota, al extremo que se enroló desde muy joven en la Marina de Guerra del Perú.
Tenía sólo 14 años cuando en febrero de 1866 enfrentó a la escuadra española en el combate naval de Abtao y siguió una destacada carrera naval que se vio interrumpida en 1870 cuando solicitó su pase a la situación de disponibilidad para dedicarse a actividades privadas, donde logró amasar una pequeña fortuna.
Sin embargo, en abril de 1879, al estallar la guerra con Chile, pidió ser reincorporado al servicio activo. Una vez readmitido, renunció al salario que le correspondía como oficial y comprometió 100 soles de oro mensuales de su propio peculio -una cantidad cuantiosa para aquella época- para contribuir a los gastos de la unidad a la que se le asignó.
A bordo del blindado Independencia, participó en el combate naval de Punta Gruesa. Luego pasó al Huáscar, donde permaneció hasta el 8 de octubre, día del combate naval de Angamos que enfrentó a los acorazados chilenos “Cochrane” y “Blanco Encalada” con el blindado peruano “Huáscar.
Mucho se ha escrito y hablado del citado combate y del heroísmo de sus oficiales y tripulantes. Muerto el almirante Grau sin embargo, diversos testimonios dan cuenta que, sin desmedro de otros, de lejos el oficial que demostró mayor arrojo y valentía fue Palacios.
Y esa, es la historia no tan conocida a que he de referirme.
En febrero de 1880, cinco meses después del combate de Angamos, el doctor Rodolfo Serrano, segundo cirujano a bordo del acorazado chileno “Cochrane”, recibió una carta del ex legislador e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, quien se encontraba recopilando información para el libro que estaba preparando sobre la Guerra del Pacífico, el cual saldría a luz una vez concluido el conflicto.
Vicuña Mackenna deseaba corroborar cuan ciertos eran los relatos que circulaban entre los marineros peruanos y chilenos que se enfrentaron en Angamos sobre la increíble valentía exhibida por el teniente Enrique Palacios.
Vicuña Mackenna recurrió a Serrano por haber sido aquel no sólo testigo presencial del combate, sino por haber atendido a Palacios en sus últimos días de vida.
El 19 de marzo, el doctor envió su respuesta, algunos de cuyos párrafos procedo a reproducir:
“Distinguido señor:
“Paso a cumplir el encargo que me hizo sobre los detalles de la muerte del teniente Palacios del Huáscar peruano.
“Como actor del memorable hecho del 8 de octubre, puedo garantizar a Ud. que todos los datos que ésta contiene han sido vistos por mí u oídos en el momento mismo del combate sin comentarios ni tiempo para que se metamorfoseasen.
“Como es público y efectivo, Grau murió en la fase inicial del combate por una bala del Cochrane que pegó en el Huáscar; bala que penetró en la torre del comandante no dejando de él más que un pedazo de pierna, sus dientes, que se encontraron en las ventanillas de la torre, y un pañuelo lacré de seda que usaba el día del combate.
“Un antiguo guardián del Cochrane, apellidado Brito, fue el primero que dio con aquellos restos, que por declaraciones de Garezón y Távara se supo que eran de Grau.
“Muerto el almirante le sucedieron en el mando Aguirre, Ferré y Rodríguez que no tuvieron tiempo de dar mayores ordenes, pues no duraron treinta minutos vivos.
“Cupo al teniente segundo Enrique Palacios la gloria de gobernar el buque en todas sus partes hasta el momento de quedar fuera de combate, momento también en que el buque se capturó.
“Puedo asegurar a Ud. que el bravo Palacios fue el alma del buque después de muertos sus tres primeros jefes, es decir, casi durante todo el combate.
“Encargado de tomar las distancias, su puesto era la torre de baterías, desde ahí gobernaba el buque, dando ejemplo a los demás por su serenidad.
“Una bala de a 300 penetra y revienta en la dicha torre: Palacios es herido con una herida profunda de 11 centímetros de longitud. Es llevado a la sala de cirugía a donde mal y ligero le lavan y amarran la cara. Con esta herida hubo una fuerte hemorragia que casi lo dejó privado del conocimiento. Sin embargo, vuelve a la torre, a su puesto, sigue dando órdenes y tomando distancias.
“Otra bala penetra en la torre, revienta a sus pies, en cuya planta, es herido con un casco de granada de libra y media de peso; al mismo tiempo es herido en el hombro izquierdo y derecho y carpo derecho: el fogonazo quema su barba y manos. Desesperado, sube por las troneras a la cubierta de la torre, desde ahí descarga su revólver al Cochrane que estaba como a 200 metros: algunos oficiales de éste que lo vieron creyeron que peroraba a la tripulación.
“En esta posición fue herido por tres balas de rifle, en el muslo izquierdo y derecho y brazo izquierdo. Fatigado y sin fuerzas por la gran pérdida de sangre, viendo el buque sin gobierno y sin orden, puso el cañón de su revólver en su sien derecha y dio dos veces movimiento al gatillo, más la nuez había caído y el gatillo pegó en los alvéolos vacíos.
“Según me decía en su lecho, ya moribundo, llamó a un marinero de la torre y mandó decir al primer ingeniero que abriera las válvulas. Este fue su último hecho, pues ya había caído y perdido por el momento el conocimiento.
“Traído a la sala del cirujano del Cochrane, al extraerle yo el revólver del bolsillo me dijo: "Entiendo que Ud. ha de ser tan caballero que me dé mi revólver para darme un balazo en caso de que mis heridas sean mortales".
“No creí encontrar en un peruano una organización tan fuerte ni tanta fuerza de voluntad; mientras mi ayudante le hacía puntos de sutura en la herida de la cara, yo le extraía el enorme casco de granada del pie, mediante fuertes tracciones, pues estaba completamente incrustado. Esto lo hacía sin ningún anestésico, porque no era posible en esos momentos, sin embargo Palacios soportaba todo esto con la mayor serenidad.
“Atendido con el mayor esmero en la segunda cámara del buque que graciosamente le cedió el capitán Gaona, se mostró siempre con un carácter reservado y triste y a nadie daba tertulia.
“Al llegar a Antofagasta, ver al Huáscar que pasaba por el costado del Cochrane, (esto lo vio desde su cama) sentir el bullicio y la canción chilena, no pudo resistir la emoción, lloró.
“En ese momento le curaba y conocí que ese hombre sufrió como un verdadero patriota.
“Cuando hablaba con Diez Canseco o Távara solo ensalzaban a Palacios.
“No he tratado de hacer la apología del teniente Enrique Palacios, pero si estas líneas tienen por objeto dejar constancia ante Ud. que las ha de trasmitir a la posteridad el valor de las acciones de un joven que los peruanos no han sabido apreciar entre la de los demás oficiales del Huáscar.
“Le saluda su amigo y servidor,
Rodolfo Serrano”

Quisiera destacar que durante el combate, Palacios recibiría un total de trece heridas en el cuerpo algunas de ellas mientras volvía a izar la bandera peruana en el mástil del Huáscar luego que esta fuera derribada por efecto del fuego adversario.
Luego de una gran agonía falleció el 22 de octubre, a los 29 años de edad.
Devueltos sus restos por la armada chilena, estos llegaron al Callao el día 28 de ese mes y las autoridades y el pueblo le rindieron un emotivo homenaje.
El poeta Domingo de Vivero le dedicó un poema, llamándole “cuerpo de niño y alma de coloso”.
Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879.

Autor: Juan del Campo Rodriguez.


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